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Indonesia

¿Se acuerdan de esos juegos gestuales y cantarines de la escuela primaria? Había uno que iba acumulando países… Quienes rondan los 30 seguramente lo recuerdan. Empezaba por China y Japón, seguía con Guatemala y Brasil… y el protagonista era un tal Pablito. Bueno, no sé por dónde andará Pablito ahora, pero yo ‘acumulé’ ocho países en los últimos tres meses, y ahora puedo cantar “Luli se fue a Indone-sia-sia, para ver cómo era Indone-sia-sia, y vio cómo era Indone-sia-sia…”. Y el gesto sería algo así como un pronam mudra que se transforma en pez y sale nadando.


Nuestro primer vistazo del país había tenido lugar durante la estadía en Singapur, desde donde tomamos un ferry a la isla de Bintan. Como relaté en su momento, la experiencia fue de terror y duró unas desesperantes 24 horas—las visas que habíamos pagado, previstas para cubrirnos durante un mes, entraron dentro de la maldita lista de gastos inútiles del viaje. Lo único que resultó interesante de esa primera impresión de Indonesia fue el ver en televisión una publicidad de shampoo que en ningún momento mostró cabello: luego de ser presentado el producto, aparecía una mujer cuyo velo ondeaba como si lo que ocultaba hubiese quedado reluciente. Indonesia es musulmana… excepto por una pequeña isla al Este de Java: Bali.


Esta vez, nuevas visas mediante, volamos directamente hasta aquí, la única isla hinduista de las más de diecisiete mil que conforman este país. El aeropuerto de Denpasar, la ciudad capital de Bali, recibe a los turistas con vegetación exuberante y taxistas acosadores. Y digo “a los turistas” porque ¿alguna vez conocieron a un indonesio en alguna otra parte del mundo que en su casa? No sé si será porque la economía no se lo permite, porque en estas islas paradisíacas ya tienen todo lo que desean o porque dedican cada hora de vigilia al trabajo—lo cual queda en evidencia a partir de su intento permanente de vender algo—, pero la cuestión es que la gente local no sale del país. La isla de Bali tiene la forma de un reloj de arena cuya parte superior es mucho mayor a la inferior, y el aeropuerto está ubicado en el estrecho pasaje por donde pasaría la arena de una a otra. En efecto, la arena pasa, transportada principalmente por los pies de los turistas, ya que alrededor del aeropuerto se encuentran las costas más frecuentadas por los surfistas y jóvenes afines a la vida nocturna: Uluwatu, Nusa Dua, Jimbaran, Kuta y Seminyak. Nosotros fuimos derecho hacia el centro de la parte superior del reloj.


Si Denpasar es la ciudad importante para los locales, Ubud la es para los extranjeros. Centro yóguico y saludable por excelencia, este pueblo grande selvático nos conquistó inmediatamente con su ausencia absoluta de edificios, su arquitectura hinduista, sus múltiples espacios para retiros sanadores, sus deliciosos restaurantes orgánico-veganos y su verde omnipresente. Gracias al clima tropical, las paredes son un elemento accesorio en los lugares públicos, por lo cual la mayoría de los restaurantes y centros de actividades no las tienen. Desde la mesa o desde elyoga mat se puede disfrutar de la vista al pulmón de manzana, que suele ser un campo de arroz frecuentado por patos. Los precios de la comida y la ropa—hay mucho diseño que hace honor tanto a la comodidad como a la calidad y a la última moda veraniega—son de los más caros del país y, aún así, menores a los de Buenos Aires. El alojamiento es muy accesible, mientras que los eventos, retiros o talleres especiales de yoga son prohibitivos para cualquiera que no cobra en dólares o en euros. No puedo revelar el costo de las clases cotidianas porque solamente probamos la clase gratis del atardecer (dictada principalmente en bahasa, la lengua balinesa) en el conocido Yoga Barn, centro que además es dueño de Kafe, el restaurant más genuinamente saludable, rico y agradable que conocí hasta ahora. Recomiendo especialmente la hamburguesa de cajú con vegetales, las papas al horno con queso y salsas, y la pasta al pesto con rúcula.


Recomiendo también alojarse sobre la calle Hanoman, la más pintoresca y boutique de la ciudad, donde negocios de ropa, cerámica y productos naturales alternan con restaurants, hospedajes y complejos tradicionales balineses de ladrillo y piedra. Por “complejos” me refiero a casas de familia: la cultura local ordena a la gente en clanes, por lo cual cada terreno contiene varios pequeños bungalows elevados sobre plataformas y separados (o unidos) por pasillos al aire libre, donde viven los distintos miembros o parejas que conforman la familia. El estilo arquitectónico es muy bello, con sus porches, sus bordes abigarrados y sus entradas semejantes a las de los templos hinduistas. El calzado se deja siempre en el pasillo. Frente a la puerta de entrada de cada complejo, hotel, restaurant o negocio, no falta la ofrenda diaria a los dioses, hecha a mano y compuesta por una canastita de hojas que lleva pétalos, pasto, arroz y sahumerios. Siendo todo orgánico, acaba por ser ofrenda para los pájaros o monos.


Como paseos culturales, se puede visitar varios templos y museos; estos últimos ofrecen exposiciones de arte local y talleres de artesanías, cocina y danza típicas. El mercado de Ubud, una feria de ropa y objetos parecida a todas las que he visitado alrededor del mundo (pero con descorchadores de madera con forma de penes de todos los tamaños, cosa extraña en este ambiente tan tradicional), está abierto todos los días, y en días asignados se puede encontrar varios mercados de frutas y verduras orgánicas. Para los amantes de la naturaleza, un paseo bellísimo es el trekking de dos kilómetros hacia Bukit Campuhan, arrozales hasta los cuales se llega por un camino elevado con valles de jungla a los lados. Los sonidos del río y de las aves pero, sobre todo, el silencio, acompañan el trayecto. Si se hace bajo la garúa, como fue nuestro caso, uno puede tener la dicha de respirar nubes y acariciar los altos pastizales que gotean de gratitud. Otro recorrido indispensable es el que alberga Monkey Forest, un impresionante santuario de monos cuyo ticket de entrada es sorprendentemente económico. Se trata de un parque boscoso y selvático—con caminos, puentes, arroyos, cascadas, árboles gigantes, un anfiteatro, e incluso un templo y un cementerio de cremación—especialmente dedicado a la conservación de una especie de monos de bigotes blancos y peinados algo punk. Las familias de monos andan libres, y pueden salir a piacere para recorrer el resto de la ciudad, pero suele vérselos en su parque, despiojándose entre ellos, corriendo con las crías aferradas al torso, comiendo bananas y batatas y descansando felices de contar con su propio hogar a salvo del tránsito loco de Ubud. Eso sí, en caso de sentarse a comer en algún restaurant vecino al santuario, ¡mucho ojo con la comida y las pertenencias! Los policías, elegantes en sus pareos, no trepan a los árboles.


El caos vehicular en Ubud responde, como en el resto del Sudeste Asiático, al hecho de que abundan las motos y camionetas, escasean los semáforos y agonizan las normas de tránsito. En los últimos años, las vías vehiculares de todo Bali no han crecido proporcionalmente al crecimiento inmobiliario. Las veredas son muy estrechas y bastante irregulares, además de estar regadas de ofrendas, y el caótico tránsito circula por la izquierda, cuando no por donde se le ocurre, con lo cual hay que prestar atención; de día nos distrae todo, de noche, la luna entre los árboles. Quizás el tránsito y el excesivo calor sean los factores menos atrayentes para nosotros, además de las complicadas leyes de visado que, sin embargo, no evitan que muchos se queden a vivir. Hecha la ley, hecha la trampa, como se dice, y particularmente en países pobres, donde la corrupción facilita las cosas para quien tiene dinero.


Los balineses son gente risueña y tradicionalista, con mucha atención a los rituales y a la estética, con quienes es difícil o lleva tiempo entablar un vínculo de genuina amistad. En su mayoría, su interés en el turismo es con fines de venta y, en ocasiones, pueden resultar pesados. Si en otros países la frase célebre era “same same, but different”, ilustradora de un estilo de relación de ambiguas definiciones y confianza, aquí lo que se oye constantemente es “how much you want?”: la mayor parte de las cosas y servicios no tienen precio fijo ni incluso sugerido, sino que se espera que sea uno quien haga la propuesta (incluso cuando uno ha pasado de largo sin siquiera mirar la mercadería). ¿Qué tipo de relación entre los balineses y el resto del mundo representa esta frase? Probablemente una asimétrica. Unos presionan y los otros dan, teniendo muchas veces la última palabra. Afortunadamente, hemos encontrado en estas tres semanas de estadía algunos balineses francos, de limpias intenciones y agradables de conocer, además de muchos extranjeros que viven aquí. Quienes trabajan online pueden gozar, por $60 dólares al mes, del espacio de co-working más natural que he conocido: a metros del Monkey Forest, Hubud es un primer piso de bambú y conexiones electrónicas, con bar, jardín, ventiladores y diferentes tipos de oficina informal colmadas de gente trabajando descalza en todos los idiomas.


Para quienes disfrutaron del libro o la película Eat, Pray, Love, Ubud ofrece atracciones adicionales: la posibilidad de conocer a Ketut Liyer y a Wayan Nuriyasih. Aquí mi experiencia personal: Ketut está muy viejo y su inglés es casi incomprensible, pero el hombre que lo acompaña—una especie de manager en pareo—ayuda a traducir. El anciano curandero que tanto ansiaba visitar me miró la cara, las manos, la espalda y las piernas, me declaró muy afortunada y me vaticinó reiteradamente una vida de éxito, influencia y riqueza, además de destacar mi belleza y mi buena elección de marido (“Good husband! Good husband!”—Fabi sacaba fotos y se reía. Ketut se reía también). Lo único que puedo esperar es que, ya por clarividencia o por azar, ¡el viejo esté en lo cierto! Me dijo también que hay un camino del bien y un camino del mal, y que yo sé ir por el buen camino. Y después el manager me cobró $25 dólares. Con Wayan no hicimos consulta, pero la segunda vez que entramos a su café la vi elegante detrás de la barra, la misma mujer que figura en los recortes de prensa colgados allí. Por supuesto, la saludamos emocionados, mientras ella y sus mozos se reían. Wayan vive ahora en las afueras de Ubud, y no siempre está en su restaurant inmenso y encantador. Muchas mesas tienen su propia glorieta de bambú y paja donde uno puede sentarse sobre almohadones en el piso, entre porciones de jardín exuberante, oyendo fuentes, oliendo sahumerios y degustando ricos jugos y tortas.


Sin duda, la celebridad más inspiradora que conocimos fue Robin Lim. Declarada “héroe del año” por la CNN en 2013, Robin es la sabia fundadora y partera principal de Bumi Sehat, una fundación dedicada a la asistencia de embarazos y partos naturales, que atiende sin cargo a toda persona que lo solicite. Quienes pueden, hacen su donación para que este establecimiento maravilloso continúe funcionando. Fuimos a conocer la fundación, una casa en los suburbios de Ubud donde se ofrecen acupuntura y yoga prenatal gratis, además de un costoso curso para mujeres que quieren convertirse en doulas. Robin misma nos atendió, respondió nuestras preguntas y nos contó que esa misma mañana había nacido un bebé ruso en la salita de al lado. En caso de surgir algún problema, nos dijo, la ambulancia que está estacionada en la puerta lleva a la parturienta a un hospital cercano. Pero ella y sus colegas ayudan a que la mujer conozca y ejerza sus capacidades, y se prepare para un parto natural, respetuoso y amoroso. Cuando el bebé nace, se le canta el Gayatri mantra, para que desde el inicio se reconozca como un milagro bien recibido. Tanto turistas millonarias o mochileras, como prostitutas y mendigas locales, se benefician de la sabiduría y atención de estas amorosas profesionales que dedican su vida a cambiar el mundo sanando nuestra instancia primordial de vida.


No muy lejos de Ubud hay sitios interesantes para visitar. En Tegalalang, la zona vecina, se puede ver las más impresionantes terrazas de cultivo de arroz, que conforman un valle entero. Sanur, una hora al Sudeste, es una playa muy linda y zona de turismo privilegiada por gente de tercera edad. El mar es muy calmo y cálido, y la costa cuenta con hoteles y restaurantes confortables. Por otra parte, al Sur de Ubud se encuentran Green School y Green Village, que ofrecen tours de visita. La primera es la escuela más sustentable del mundo, construida casi integralmente en bambú y presentada en una conocida conferencia TED. ¿Qué vimos ahí? Niños de diversas nacionalidades, canchas para deportes, un espacio especial para prácticas de lucha en el lodo, aulas con bancos y mesas curvos, asientos hechos de neumáticos, vidrios de parabrisas reutilizados como pizarrones y como techo para el invernadero, una huerta hidropónica, una enorme compostera, una zona de reciclaje, un pozo de agua potable que no solamente abastece a la escuela sino a todo el pueblo. Esta obra de avanzada contrasta con el hecho de que, en Bali, abundan las aves enjauladas y puede verse basura en los arroyos. La cuota de la escuela es muy costosa y, por el momento, sólo tiene un 10% de alumnado local becado. Nos quedamos con muchas ganas de visitar Green Village, la aldea vecina conformada por casas construidas integralmente en bambú con un nivel de diseño que nos deja sin aliento de sólo ver las fotos. Libres de paredes y de líneas rectas, estas casas del árbol de lujo están pensadas principalmente para ser alquiladas por las familias que son parte de la escuela.


Como excursiones más alejadas, pasamos varios días fuera de Bali en tres lugares distintos.


Nusa Lembongan, una isla a media hora de Sanur donde disfruté del snorkel más rico de mi vida, da también para bucear, surfear y hacer stand-up paddling. La variedad de peces es descollante, de unos diseños que dan ganas de aplaudir bajo el agua a la Madre Naturaleza. Destaco principalmente una especie rayada azul y amarilla con la cabeza naranja y verde. Llegamos a ver incluso una manta raya, y corales fluorescentes. El mar es cristalino y de temperatura ideal. Durante las horas de sol, la marea está alta y fresca, ideal para nadar. A medida que atardece, baja la marea, por lo cual el agua queda quieta y muy tibia, y es momento para el stand-up paddling: remar tranquilos, parados sobre una tabla, hacia el sol poniente. Para la cena se puede elegir un restaurant sobre la playa o ir, por ejemplo, a un bar-cine donde vimos Tomb Raider y nos regocijamos reconociendo sus vistas de Camboya. Si algún día caen en Nusa Lembongan, no se pierdan el fondant de chocolate del Lembongan Beach Club and Resort. Lo único que me desagradó de esta isla es el cúmulo de piedras y corales—¡e incluso pedazos de vidrio!—que hay que esquivar o soportar en la orillita.


Los corales rompe-pies fueron especialmente bravos en Gili Meno, una isla a tres horas de Ubud en combo de auto y barco. Meno es pequeña, la recorrimos a pie en menos de dos horas, y se caracteriza por ser tranquila, destino buscado para lunas de miel. Afortunadamente, la mitad de la isla tiene playas de arena suave y solamente hay que tener cuidado de no lastimarse cuando se entra o sale del mar (no se puede tener corales en el mar sin tener sus restos en la orilla). La recompensa es la cantidad de hermosos peces y corales que nos esperan a metros de la orilla. No hizo falta contratar una excursión de snorkel; con ponerse el equipo y salir nadando estuvimos muy felices. El mar es tranquilo y transparente, y abundan los restaurantes con mesas-glorieta sobre la playa. No hay vehículos motorizados en esta isla, sino carros tirados por caballos. En cuanto a hospedaje, se puede encontrar hoteles accesibles o alojarse en el costoso e impactante hotel Karma, cuyos bungalows de bambú me dejaron sin aliento: en la planta baja, un living comedor sin paredes con hamaca colgante y televisor plasma incluidos; en la planta alta, una cama matrimonial con dosel de tules en el centro de la habitación, y un balcón con vista al mar.


Media hora de barco separa Gili Meno de Lombok, una provincia insular tan grande como Bali pero menos turística, más virgen y—obviamente—musulmana. En términos de naturaleza, es de lo más bello que hemos visto en nuestras vidas. Como en Bali, el Norte está lleno de volcanes con termas en altura, mientras que las costas selváticas regalan ese mar de ensueño. El paisaje de Kuta Lombok, exceptuando la contaminación producida por el ser humano, es divino: mar turquesa y muy poco profundo enmarcado por colinas de exuberante verde. Se puede nadar o caminar hasta adentrarse en el mar, donde los hombres pescan de pie. En términos sociales, baste decir que en la playa de Kuta Lombok—rodeada de basura—no menos de diez mujeres con sus niños se agruparon en torno a mí para sacarme fotos y observarme como si fuese un animal exótico. No soy rubia de ojos celestes, pero quizá fue la semi-desnudez lo que les llamó la atención… Todas ellas se meten al mar vestidas. Otra clave puede ser el pelo: en el viaje en barco lento de vuelta a Bali, una señora quiso que me sacara una foto con su hija que, como yo—y poca gente de aquí—, tenía rulos. Lo habitual en Indonesia es el look oriental-indio-aborigen, y el consumo de lentes de contacto de colores claros.


Entre los diversos paseos, regresamos a Ubud tres veces, y cada vez se siente más como llegar a casa. Vivir durante un tiempo ahí es tentador; desplegar la consabida lista de pros y contras es inevitable. Puntos a favor: los precios, la naturaleza por todos lados, posibles amistades con expatriados de diversos países, las movidas de yoga y salud, la posibilidad de dar talleres, la fundación Bumi Sehat, la exquisita comida, la riqueza de la cultura local, la cercanía de las playas y volcanes para explorar. Puntos en contra: el intenso calor, los mosquitos durante todo el año, la incompatibilidad con la cultura local, el caótico tránsito, la lejanía de nuestras familias y amigos. Teniendo en cuenta que ningún lugar nos ofrecerá absolutamente todo lo que deseamos, la balanza se inclina a favor de Ubud como posible hogar temporario. Todo es temporario, realmente… Eso es lo que estoy incorporando lentamente a mi consciencia en estos tiempos de ansiedad. Hay experiencias más largas que otras, pero todo puede cambiar en un segundo. Me corrijo: todo cambia constantemente; es que nosotros sólo solemos notar los cambios grandes, los drásticos o los socialmente rotulados. La decisión que tomemos antes de Marzo sobrevuela las listas porque no será lógica sino emocional y, afortunadamente, reversible. Buenos Aires duró 28 años para mí, hasta ahora, y sigue allí si quiero volver. Quedarnos en Bali da vértigo y soledad; volver a la metrópolis trae opresión y una sensación de vacío y alienación diferente.


Así que, vinimos, vimos… y aún no nos vencimos. Antes de decidir qué hacer con nuestros pasajes, queríamos llegar a donde planeábamos terminar el viaje, para conocer, percibir si nos gustaría vivir en este país y si nos valdría hacer futuros trámites para mudarnos aquí. Así pues, estamos en Nueva Zelanda—que es como los ingleses llamaron a Aotearoa—, octavo país de la travesía, hogar de ovejas, conejos, hobbits y algunos argentinos. Conseguir trabajo ahora resulta improbable: estamos metidos en un círculo vicioso según el cual no nos dan la visa sin trabajo y no nos dan trabajo sin la visa. Por lo tanto… son los últimos días de las vacaciones; necesitamos, en todos los aspectos, frenar el movimiento loco y relajarnos en alguna estabilidad. Estoy intentando surfear la ola con coraje y aprovechar las posibilidades que se abrieron en esta zona pero, últimamente, la prolongada alienación social, la falta de trabajo, y el acelerado movimiento constante de mente y cuerpo que requirió este viaje, están trayéndome angustias y necesidad de relajarme en lo cómodo y conocido. Volver a Buenos Aires es el horizonte interno que me permite, al menos durante esta semana, recorrer este país en calma y disfrutando de lo transitorio. Quizá termine la semana y volver sea realmente la mejor opción, o quizá, frente a la posibilidad inmediata de instalarnos en Bali, pueda relajarme y poner todas mis fichas allí. Sea lo que sea, estoy aprendiendo a no sentirme una estúpida si decido abandonar el paraíso natural por la corrupta, sucia e insegura Buenos Aires, donde tengo casa, familia, amigos y otras facilidades. Esta semana, no me pregunten nada. Solamente háblenme de ustedes, de sus viajes, sus paraísos y sus inseguridades. Los extraño. Cuando llegue Marzo, haré lo que sienta, porque lo que se siente es sagrado. Siempre termina siendo cuestión de hacer lo que susurra o grita el corazón… para lo cual tengo práctica vitalicia: mi corazón es tan sensible y tan fuerte que jamás me permitió hacer otra cosa.



Tongariro, Nueva Zelanda, Febrero de 2015

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