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Aprendizajes a partir de mi trabajo como modelo vivo para dibujantes y pintores

Actualizado: 15 abr 2021


(Francais dessous)


Durante diez años trabajé como modelo vivo para fotografía. Durante los últimos dos, lo he hecho para dibujantes y pintores, y el requisito de inmovilidad hace de este trabajo una experiencia completamente diferente.


Me interesa esbozar un estudio sobre lo que he aprendido en este trabajo (y sus correspondencias con el resto de nuestra vida y con los efectos de las medidas tomadas durante esta pandemia). Todo gira en torno a la confirmación de que somos seres interactivos y en continuo proceso de cambio, y no respetar nuestras necesidades de acción y percepción se torna cada vez más insoportable. La inmovilidad provoca alienación porque provoca pérdida de percepción de uno mismo y de la relación con el mundo exterior, del tiempo y del espacio (que los seres humanos vivimos como dimensiones interdependientes). Recordemos que, salvo en la instancia del dormir, las circunstancias de vida en que nuestro organismo recurre naturalmente a la inmovilidad están asociadas a la parálisis por miedo o por dolor: la inmovilidad suele informar que las cosas no están en orden, no estamos en situación de seguridad.


Estamos hechos para estar en movimiento la mayor parte del tiempo de vigilia. Nuestras realidades psicológica y física son indivisibles, y la inmovilidad prolongada no espontánea provoca un desequilibrio psicológico: al estar el cuerpo forzado a la quietud, la mente es lo único que puede “moverse”, por lo cual se acelera… y se alimenta de la postura corporal y de su estado de bloqueo para generar realidades psíquicas. Durante algunos minutos me resulta posible usar la respiración como ancla para la presencia y no sentir la inmovilidad como parálisis; incluso disfruto de momentos de propiocepción, exploración de mis posibilidades biomecánicas y experiencia de mi imagen corporal. Sin embargo, en general, cuando la realidad concreta que experimento es la inmovilidad, me vuelvo muy abstracta: la mente me lleva por un torbellino de imaginación que—excepto cuando estoy en una postura de reposo (aquellas que estamos más acostumbrados a sostener en el tiempo y que no nos exigen muscularmente)—conlleva actividad mental de neutra a desagradable. Sabemos que la postura informa la psiquis y la química cerebral; mantener posturas de cierre corporal, por ejemplo, conduce directamente a sentimientos de abatimiento.


Estas consecuencias psicológicas están íntimamente ligadas a lo visual, al hecho de que tenemos la necesidad natural de cambiar de punto de vista y de paisaje. Después de pasar minutos y minutos mirando el mismo escenario desde el mismo punto de vista, tendemos a caer en pensamientos recurrentes. No poder alternar el foco de la visión sobre objetos que ofrezcan una importante diversidad de distancias constituye otra fuente de opresión y limitación de nuestros contenidos mentales y emocionales. Además, la propensión a la visión focal que la inmovilidad genera, en detrimento de la periférica, también se corresponde con una tendencia al exceso de direccionalidad y fijeza mentales, a la obsesividad. Si estamos trabajando en un espacio interior, como suele ser el caso, ¡y aún más si no hay luz natural!, me siento cada vez más atrapada, como si las paredes se cerraran en torno a mi cuerpo condenado a la inmovilidad. (Uno de los aspectos que nos alivian y distienden de mirar el cielo, el mar o la montaña proviene de la inmensidad disponible, que ofrece a la vista la distancia necesaria para una expansión en la proyección de uno mismo y una puesta en perspectiva de nuestro lugar en el mundo. Otro de los aspectos es la necesidad básica de estar en contacto con lo natural…). El simple hecho de poder mirar por la ventana mientras poso, sobre todo si veo plantas o animales y no solamente materialidad fabricada por el ser humano, ofrece un enorme alivio: la vitalidad de una planta moviéndose en la brisa es realmente fundamental para combatir la sensación de tendencia a la muerte generada por la inmovilidad y la artificialidad del entorno.


Los seres humanos nos construirnos y re-construimos psico-corporalmente, constantemente, no solamente a partir del estímulo postural y visual sino también táctil. Yo sólo existo en tanto que distinta de todo lo que no soy yo; es algo que experimentamos progresivamente a partir de los primeros días de vida. Nos hacemos conscientes de nosotros mismos mediante el contraste y el contacto. La falta de estimulación nos hace desaparecer, perder la percepción de nosotros mismos. Cuando el cuerpo está inmóvil durante varios minutos, llega un momento en que empezamos a dejar de sentir no solamente el aire que nos circunda sino también la superficie que nos sostiene, e incluso el contacto de una parte de nuestro propio cuerpo con otra. Nos fragmentamos, nos diluimos. Sólo la mirada de los otros nos recuerda que estamos ahí pero, como el modelo es mirado en tanto objeto a ser reproducido, la alienación es fuerte. (En períodos de circunstancias personales difíciles la inmovilidad y el hecho de actuar como objeto de estudio observado puede incluso remitirme a vivencias traumáticas de cosificación.)


Todas estas vivencias espaciales tienen su correspondencia temporal: la inmovilidad nos hace perder la noción del paso del tiempo. “El tiempo es una invención del movimiento. Aquel que no se mueve no ve pasar el tiempo”, dice Amélie Nothomb en Metafísica de los Tubos. Creo que la mayoría de los coordinadores de talleres de arte no se dan cuenta de la importancia del papel de la música durante las sesiones. La música agradable ofrece no solamente inspiración sino sobre todo un alivio sumamente significativo, puesto que el ritmo es fundamental para escandir la vida, para organizarnos psico-corporalmente y socialmente. Además, la música propone atmósferas y posibilidad de situaciones imaginarias diversas y agradables, a las cuales puedo escaparme como recurso para mantener la sensación vital—sin mencionar el hecho de que la duración de las canciones me otorga un descanso respecto de la ansiedad sobre la duración de cada pose. A partir del descubrimiento de las neuronas espejo sabemos que imaginar movimientos activa las mismas neuronas que el realizar físicamente esos mismos movimientos; imaginar que bailo esa música, durante algunas poses, me salva de la alienación.


Todo es cuestión de duración… Por más bienvenida que sea para nosotros una cierta postura en el momento en que la adoptamos, deja de ser la adecuada después de un rato (¡incluso durante el sueño!). Hay un refrán que dice que “el peso de un vaso de agua depende de cuánto tiempo lo cargues”: lo que durante un minuto es muy liviano o relajante, o aporta un estiramiento deseado, resulta realmente pesado si tengo que sostenerlo durante demasiado tiempo. Como en el caso de nuestras posturas mentales y nuestros estados emocionales, la actualización es fundamental para la salud. Utilizar siempre el mismo punto de apoyo, tanto psicológica como social como físicamente, agota. Las posturas asimétricas y dinámicas son las más interesantes para los dibujantes, y las más difíciles de mantener en inmovilidad. Como en todos los terrenos de la vida, cuando todo el peso de uno se apoya en los mismos uno o dos puntos que cargan con todo el resto durante un tiempo, comprimimos tanto esos puntos que la sangre va dejando de pasar a través de ellos y extremidades enteras quedan con muy limitada irrigación. Cuando, además, estamos ocupados en dar una imagen de dinamismo y movimiento mientras permanecemos inmóviles, nos invade un sentimiento de impotencia y falta de autenticidad y sentido.


Hay otra gran diferencia entre posar para dibujantes y posar para fotógrafos, además de la inmovilidad: lo que sucede con la cara, nuestra parte física más detalladamente expresiva de nuestros cambios y procesos internos. Mientras que en fotografía el rostro y sus expresiones son elementos fundamentales que se ponen en juego, en la mayoría de los casos el rostro es muy poco tenido en cuenta en dibujo de modelo vivo, que suele estar más centrado en las formas del resto del cuerpo. Por un lado, esto habilita ciertos movimientos faciales que alivian en la inmovilidad general sostenida… Por otro lado, sentir el cuerpo bajo escrutinio y la cara ignorada, exacerba la sensación de desaparecer como persona y devenir un objeto. Mientras que, delante de una cámara, disfruto de evocar emociones, pensamientos, intenciones, actitudes, que cambian todo el tiempo, que me llenan de vitalidad y me mantienen en comunicación con la persona con quien estoy trabajando, delante de los dibujantes me hundo en mi mundo interno, que la inmovilidad transforma, y pierdo toda comunicación con el mundo exterior. En las ocasiones inusuales en que los dibujantes me convocan para trabajar el retrato, el rostro cobra importancia y descubro la dificultad de mantener la inmovilidad de sus múltiples pequeños músculos… y la imposibilidad de fijar y transmitir un mismo estado psicológico durante minutos y minutos.


Es por todo esto que una sesión de dos horas es soportable, incluso disfrutable, mientras que pasar todo el día posando puede ser una tortura.


Y es por todo esto que considero que las medidas restrictivas de nuestros campos físicos (visual, táctil, cinético, espacial, temporal, vincular) tienen consecuencias catastróficas para nuestra vida psicológica y social… y, por ende, también fisiológica.



.......



J’ai travaillé pendant dix ans comme modèle vivant pour la photographie. Les deux dernières années je l'ai fait pour les dessinateurs et les peintres, et l'exigence d'immobilité fait de ce travail une expérience complètement différente.


Je suis intéressé à commencer une étude sur ce que j'ai appris dans ce travail (et sa correspondance avec le reste de nos vies et avec les effets des mesures prises pendant cette pandémie). Tout tourne autour de la confirmation que nous sommes des êtres interactifs dans un processus continu de changement, et que le non-respect de nos besoins d'action et de perception devient de plus en plus insupportable. L'immobilité provoque l'aliénation car elle entraîne une perte de perception de soi et de la relation avec le monde extérieur, le temps et l'espace (que les êtres humains vivons comme des dimensions interdépendantes). Rappelons que, sauf dans l’instance du sommeil, les circonstances de vie dans lesquelles notre organisme recourt naturellement à l’immobilité sont associées à la paralysie par la peur ou par la douleur : l’immobilité rapporte souvent que les choses ne sont pas en ordre, Nous ne sommes pas en sécurité.


Nous sommes faits pour être en mouvement la plupart du temps de veille. Nos réalités psychologiques et physiques sont indivisibles, et l’immobilité prolongée non spontanée provoque un déséquilibre psychologique : le corps étant contraint à la quiétude, l’esprit est la seule chose qui peut "bouger", alors il accelère... et il se nourrit de la posture corporelle et de son état de blocage pour générer des réalités psychiques. Pendant quelques minutes, il m’est possible d’utiliser la respiration comme ancre pour la présence et de ne pas sentir l’immobilité comme paralysie; j’apprécie même des moments de proprioception, d’exploration de mes possibilités biomécaniques et d’expérience de mon image corporelle. Cependant, en général, lorsque la réalité concrète que j'expérimente est l'immobilité, je deviens très abstraite: l'esprit m'emmène dans un tourbillon d'imagination qui - sauf lorsque je suis dans une posture de repos (celles que nous avons l’habitude de tenir car elles ne sont pas éigeantes au niveau musculaire) - elle m’amène à une activité mentale de neutre à désagréable. Nous savons que la posture informe la psyché et la chimie du cerveau; tenir des postures fermées, par exemple, conduit directement à un sentiment d'abattement.


Ces conséquences psychologiques sont étroitement liées au visuel, au fait que nous avons un besoin naturel de changer de point de vue et de paysage. Après avoir passé des minutes et des minutes à regarder la même scène du même point de vue, nous avons tendance à tomber dans des pensées récurrentes. Ne pas pouvoir alterner la focalisation de la vision sur des objets offrant une diversité de distances significative constitue une autre source d'oppression et de limitation de nos contenus mentaux et émotionnels. De plus, la propension à la vision focale que génère l'immobilité, au détriment de la vision périphérique, correspond également à une tendance à une directionnalité et une fixité mentales excessives, à l'obsession. Si nous travaillons dans un espace intérieur, comme c'est souvent le cas, et encore plus s'il n'y a pas de lumière naturelle, je me sens de plus en plus piégée, comme si les murs se refermaient autour de mon corps condamné à l'immobilité. (L'un des aspects qui nous soulagent et nous distrait de regarder le ciel, la mer ou la montagne vient de l'immensité disponible, qui offre à la vue la distance nécessaire pour une expansion dans la projection de soi et une mise en perspective de notre lieu dans le monde. Un autre aspect est le besoin basique d’être en contact avec la nature...). Le simple fait de pouvoir regarder par la fenêtre en posant, surtout si je vois des plantes ou des animaux et pas seulement de la matérialité fabriquée par l’humain, offre un énorme soulagement: la vitalité d'une plante se déplaçant dans la brise est vraiment essentielle pour combattre le sentiment de tendance à la mort engendré par l'immobilité et l'artificialité de l'environnement.


En tant qu’êtres humains on se construit et se reconstruit psycho-corporellement, constamment, non seulement à partir de stimuli posturaux et visuels, mais aussi à partir du toucher. Je n'existe que dans la mesure où je suis distincte de tout ce qui n'est pas moi; c'est quelque chose que nous expérimentons progressivement dès les premiers jours de la vie. Nous prenons conscience de nous-mêmes par le contraste et le contact. Le manque de stimulation nous fait disparaître, perdre notre perception de nous-mêmes. Lorsque le corps est immobile pendant plusieurs minutes, il arrive un moment où nous commençons à cesser de ressentir non seulement l'air qui nous entoure mais aussi la surface qui nous soutient, et même le contact d'une partie de notre propre corps avec une autre. Nous nous fragmentons, nous nous diluons. Seul le regard des autres nous rappelle que nous sommes là, mais comme le modèle est vu comme un objet à reproduire, l'aliénation est forte. (Dans les périodes de circonstances personnelles difficiles, l'immobilité et le fait d'agir en tant qu'objet d'étude observé peuvent même me renvoyer à des expériences traumatisantes d’objectification.)


Toutes ces expériences spatiales ont leur correspondance temporelle: l'immobilité nous fait perdre la trace du passage du temps. «Le temps est une invention du mouvement. Celui qui ne bouge pas ne voit pas le temps passer », écrit Amélie Nothomb dans Métaphysique des tubes. Je pense que la plupart des coordinateurs d'ateliers d'art ne réalisent pas l'importance du rôle de la musique pendant les sessions. La musique agréable offre non seulement une inspiration mais surtout un soulagement très significatif, puisque le rythme est essentiel pour scandir la vie, pour s'organiser psycho-corporellement et socialement. De plus, la musique propose des atmosphères et des possibilités de situations imaginaires diverses et agréables, auxquelles je peux m'évader en tant que ressource pour maintenir le sentiment vital - sans parler du fait que la longueur des chansons me permet de rompre avec l'anxiété sur la durée de chaque pose. De la découverte des neurones miroirs, nous savons que l'imagination de mouvements active les mêmes neurones que l'exécution physique de ces mêmes mouvements; imaginer que je danse sur cette musique, lors de certaines poses, me sauve de l'aliénation.


Tout dépend de la durée… Aussi bienvenue qu'une certaine position puisse nous être au moment où nous l'adoptons, elle cesse d'être appropriée après un certain temps (même pendant le sommeil!). Il y a un dicton selon lequel "le poids d'un verre d'eau dépend de la durée pendant laquelle tu le portes": ce qui pendant une minute est très léger ou relaxant, ou fournit l'étirement souhaité, devient vraiment lourd si tu dois le tenir trop longtemps . Comme dans le cas de nos postures mentales et de nos états émotionnels, l’actualisation est essentielle pour la santé. Utiliser toujours le même point de soutien, soit psychologiquement, socialement ou physiquement, est épuisant. Les postures asymétriques et dynamiques sont les plus intéressantes pour les dessinateurs et les plus difficiles à tenir dans l'immobilité. Comme dans tous les domaines de la vie, lorsque tout notre poids repose sur le même un ou deux points qui portent tout le reste pendant un certain temps, nous compressons tellement ces points que le sang cesse de les traverser et des extrémités entières sont laissées avec une irrigation très limitée. Quand, en plus, nous sommes occupés à donner une image de dynamisme et de mouvement alors que nous restons immobiles, un sentiment d'impuissance et de manque d'authenticité et de sens nous envahit.


Il y a une autre grande différence entre poser pour des dessinateurs et poser pour des photographes, au–delà de l'immobilité: ce qu’on fait avec le visage, notre partie physique plus expressive de nos changements et processus internes. Alors qu'en photographie le visage et ses expressions sont des éléments fondamentaux à mettre en jeu, dans la plupart des cas le visage est très peu pris en compte dans le dessin de modèle vivant, généralement plus axé sur les formes du reste du corps. D'une part, cela permet certains mouvements du visage qui soulagent l’immobilité générale... D'autre part, sentir le corps sous surveillance et le visage ignoré, exacerbe la sensation de disparaître en tant que personne et de devenir objet. Alors que, devant une caméra, j'aime évoquer des émotions, des pensées, des intentions, des attitudes, qui changent tout le temps, qui me remplissent de vitalité et me maintiennent en communication avec la personne avec qui je travaille, devant les dessinateurs je plonge dans mon monde intérieur, que l’immobilité transforme, et je perds toute communication avec le monde extérieur. Dans les rares occasions où les dessinateurs me convoquent pour travailler sur le portrait, le visage prend de l'importance et je découvre la difficulté de maintenir l'immobilité de ses nombreux petits muscles... et l'impossibilité de fixer et de transmettre le même état psychologique pendant des minutes et minutes.


C'est pourquoi une séance de deux heures est supportable, voire agréable, alors que passer toute la journée à poser peut être une torture.


Et c'est pour tout cela que je considère que les mesures restrictives de nos champs physiques (visuel, tactile, cinétique, spatial, temporel, relationnel) ont des conséquences catastrophiques sur notre vie psychologique et sociale... et donc aussi physiologique.



Aix-en-Provence, Abril de 2021


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